Blogoteca 20 Minutos

miércoles, 7 de julio de 2010

Corazón fatigado. Cap.9. SE ME ROMPIÓ EL AMOR... (I)

A las 06:17h. de la mañana de aquel Sábado, 7 meses exactos después de la búsqueda de los pistachos iraníes, mi vecina Rosario hacía grandes méritos para despertar con un severo acceso de tortícolis aguda, dormida en su sofá como estaba, en una postura cervical inverosímil mientras un señor en la tele predicaba las fabulosas ventajas de un tremendo dildo eléctrico respecto de uno manual. Mi amigo Jose Luís, con unas copas de más, había decidido, por fín, dar "ese pequeño paso para el hombre, pero grande para la humanidad" y rodeó con su brazo la cintura de la señora entrada en carnes que le acompañaba, 18 años mayor que él, divorciada y con tres hijos de 17, 25 y 29 años, en un antro anónimo de Barcelona, al son de una de esas canciones veraniegas que tanto repiten por la radiofórmula. Paco, el kioskero, regateaba con una tremenda mulata llamada Pamela por los emolumentos finales a abonar por dos servicios carnales, delantero y trasero. La mulata le dijo que una vez conoció a un hombre del cual se enamoró locamente que se llamaba igual que él y que, desde entonces, moja las sábanas blancas todas las noches recordando lo bien que la trató. Pedrito "El Cascas", el del gimnasio, veía una reposición de "Street Fighter", con Raúl Juliá y Van Damme, mientras realizaba unas tandas de abdominales. Madrugar siempre fue su fuerte. El Tirilla estaba en un Opencor. Buscaba ENO, bicarbonato o cualquier remedio de esos granulados a disolver que le pudieran provocar un gran eructo (el Gran Kahuna, me diría más tarde) con tal de aliviar el malestar digestivo que sufría tras haberse comido la noche anterior una Rolling Pizza familiar él solito. Todo por culpa del ansia gastronómica que siempre le entra cada vez que fuma hachís. Como no había sales, se decidió por una Casera de litro y medio. Y yo estaba en un sala de espera de paredes alicatadas en verde y suelo de terrazo antiguo encerado, sentado en una silla de plástico blanco, en el Hospital del Vall d'Hebrón de Barcelona. Con mi camiseta del Barça puesta, mis pantalones del Barça y mis pantuflas nórdicas del Barça. No hubo tiempo para más. Hacía ya 5 minutos y 23 segundos que se habían llevado a la Mariajo para dentro. No se podía fumar, pero yo lo estaba haciendo. Caladas hondas entre manos sudorosas con el estómago vacío.

Se abrió la puerta de la salita de espera. Un chaval vestido de verde, con un gorrito verde y con una mascarilla blanca me habló en un tono jocoso.

- Apresúrese, caballero, si quiere campeonar, que la línea de meta está tras la siguiente curva. Venga conmigo.
- ¿Perdone, cómo dice?
- Que si quiere ver nacer a su hijo, caballero.
- Es una hija.
- Ah, vale, una hija, está bien. ¿Pero quiere verlo o no?.
- ¿Es que lo van a dar por la tele? - le contesté de nuevo, esta vez con los ojos como platos. Él hizo un gesto raro con las cejas.
- Ah.., ya veo..., es usted aprensivo.
- Bueno - le dije-, procuro escuchar a la gente y tratar de entenderla siempre que puedo. Pero dígame, por favor, ¿cómo está mi novia?.

A las 06:20h. el de la Teletienda cachonda le mostraba a la Rosario tras la pantalla del televisor, resuelto y no falto de convicción, un precioso juego de bolas chinas, pero mi vecina, que en ese momento atendía embelesada a lo que Antonio Banderas le susurraba al oido ("tráeme unos cubitos de hielo, Rosarito, porque me voy a preparar un cubata con el sudor de tu sexo"), no estaba por la labor. Mi amigo José Luís, aprovechando la escasa iluminación del local adelantó camino, dejó atrás la cintura de la señora y decidió probar suerte, no exento de cierta dificultad, en los misterios insondables bajo su refajo. Paco, el del kiosko, sudaba a mares en una pequeña habitación sin aire acondicionado en el piso de arriba de un puticlub de mala muerte mientras la enorme mulatona le daba ánimos y aliento para acabar la faena. No había cenado lo suficiente para coronar semejante cima y bordeaba la lipotimia. Pedrito "El Cascas" acabó su última tanda de 100 abdominales. Realizó 2.000 en total. Acto seguido se masturbó cuatro veces seguidas con la portada de la revista Hola de su madre. El Tirilla, tras beberse en cuatro largos tragos la Casera de litro y medio, empezó a sentirse peor y ahora, arrodillado en la acera, con las manos sujetándose la boca del estómago, esperaba la llegada de una ambulancia. Un Guardia Urbano le preguntaba si había consumido drogas.

Una vez que le juré al enfermero que yo era un fan del gore, las tripas y los callos con garbanzos, me acompañó raudo por un pasillo hasta llegar a las puertas del quirófano donde estaba mi novia a punto de parir. Lo primero que vi cuando se abrieron, totalmente de cara, fue el coño de la Mariajo en todo su esplendor a menos de 2 metros de distancia.

- Hombre!!! Si es el padre!!! Pasa, artista, pasa, que esto va a empezar - dijo una señora regordeta vestida de blanco con los antebrazos como Popeye que no quitaba ojo al potorro de mi novia.

Había otro enfermero más. Y dos enfermeras. Y la mujer regordeta era la compadrona. Y un señor que dijo ser el médico de guardia. Y luego un grupo de chavalines con bata blanca que me dijeron "hola, buenos días" y que resultaron ser becarios. Y por último un grupúsculo de japoneses que no perdían detalle, todos ellos con carísimas cámaras de fotos en sus manos.

- Oiga - le dije a la compadrona-, ¿y los primos de Bruce Lee qué hacen aquí?. A ver si es que, no teniendo suficiente con enseñarle el coño de mi novia a media Barcelona, encima lo vamos a exportar al extranjero. Vamos, por favor.
- Hola, cari!!! - me dijo la Mariajo.
- Hola, chochi. Tápate un poco, anda reina, haz el favor - le respondí emocionado, volviendo la vista de nuevo a la mujer regordeta.
- No te preocupes, artista - me respondió la sobrina de Popeye-, son unos primos de Miko Mision. Acaban de llegar del Prat y les ha dicho que se vinieran aquí hasta que acabe la guardia.
- ¿Y quién coño es Miko Mision?

En ese momento se abrieron de nuevo las puertas del quirófano y entró otro japonés, pero este también vestido de verde, con sus zuecos blancos, aguantando en cada mano no menos de tres cafeses.

- A ver... ¿pa quién ela el calajillo de lón?.


TO BE CONTINUED.