Blogoteca 20 Minutos

miércoles, 17 de marzo de 2010

Shawn

- Tenías dos opciones, Shawn: una, pagarme lo que me debes, ahora, el día que acordamos, y dos, seguir moqueando como un niñato con la monserga de la tarjeta rayada, no abonar lo que debes, y, por tanto, incitarme a enviar a Louis y Mateo a que le partan las piernas a tu madre. Es sencillo, ¿no?.
-Signore Cassano, le digo la verdad, se lo juro, se lo prometo, por lo más sagrado, el cajero me ha rechazado la tarjeta y el banco estaba cerrado. Culpa mía por haberme confiado, lo sé, pero mañana se lo traigo. Por favor, se lo suplico, no me haga esto.
- Mañana es tarde, muchacho. Y mucho me temo, visto lo visto, que ya hace rato que también se hizo tarde para tu madre. Piensa, además, que soy una persona respetable que debe seguir haciéndose respetar. Sé que suena a película barata, pero la realidad es que tengo una reputación que mantener. ¿Puedes entenderlo?. Ah, qué va, esta juventud no comprende nada. Se pierden los valores. ¿Qué vas a entender tú? Solo pensais en fumar hierba y en haceros pajas. ¿Qué sabeis del compromiso y la honorabilidad?. Pedís y gastais sin conocimiento; nadie os corrige.
- Signore Cassano, por favor... es una persona mayor, no puede hacerme esto. Por favor, haré lo que sea, lo que me pida... Apiádese. Usted no puede ser tan cruel. Por favor, Signore, no meta a mi madre.

Se estiró cuan gordo era en su confortable sillón de despacho. Sus ojos parecían dos botones negros hundidos en una cabeza de cochino. Su puro humeaba en una de sus manos. Su pistola de gran calibre, sobre el escritorio de la recia mesa de madera noble. A su alcance inmediato.

- Shawn, muchacho, en los negocios no puede haber piedad, ni compasión. Y como te he dicho, debo mantener cierta reputación entre los clientes. Esto, además de tu propio escarmiento, también servirá como advertencia para todos. El boca a boca en este barrio funciona de maravilla. ¿Ves?, no hay mal que por bien no venga.

Dicho esto, miró a los dos mastuerzos a su servicio, hizo un leve, casi imperceptible movimiento de cabeza, y acto seguido, sin articular palabra, estos giraron en redondo y se dirigieron hacia la puerta.

- NO!!! NO LO HAGA!!!
- No te preocupes, son grandes profesionales. Fracturas limpias, ya verás. En unos meses estará bailando en el salón de Borsalino, rozándose con algún viejo chocho con ganas de arrimar la cebolleta.
- Mi madre no es de esas, Signore -le contestó el chico.
- La mía tampoco - contestó el hombre con sorna arrugando la boca.

Sacó una botella de whisky caro de un compartimento semioculto en la mesa tras la que manejaba, disponía y organizaba sus asuntos laborales de dudosa legalidad, y se sirvió una buena cantidad del exclusivo caldo.

- ¿Acaso no tiene ni una pizca de humanidad? - le rogó, Shawn -. Por favor, llame a sus socios. Dígales que vuelvan. Haré lo que sea, pero deje a mi madre tranquila.

Shawn no vivía más que a unas pocas manzanas de allí. Sabía a ciencia cierta, y por el tiempo transcurrido desde que marcharon, que los recaderos del Sr. Cassano ya debían de haber llegado a su casa. Su madre, como siempre, habría abierto la puerta sin atender antes la mirilla. Joder, joder, joder. Pudiera haber intentado apoderarse del arma, pero las posibilidades de éxito eran escasas. El cerdo seboso solo tenía que mover un dedo y él, en cambio, correr una maratón hasta llegar a ella. Tenía el estómago revuelto, y sus sienes, perladas en sudor. Cassano, mientras, jugueteaba con su grueso y arrabalero colgante de oro. Shawn no cejó en el empeño.

- ¿Es usted religioso, Signore Cassano?
- ¿Religioso?
- Sí. La cruz de su cuello...
- Esta es mi religión, chico - dijo echándose la mano a sus partes -. El colgante me lo regaló una novia que tuve hace tiempo. Tenía unas tetas como dos misiles y un coño que era una maravilla. Ese es el verdadero y único Dios de los hombres de bien, muchacho, un buen coño. ¿Qué dices a eso, eh?

Soltó una sonora carcajada y en ese momento llamaron a la puerta. Tres veces. Tres fuertes golpes. Shawn tragó saliva, pero nadie entró.

- ¿A qué esperais? Pasad ya de una puta vez que teneis al chaval en ascuas.

Volvieron a picar a la puerta. Tres veces más. Pero nadie pasó adentro a pesar de que la voz de Cassano se escuchó perfectamente. Llegados a este punto, el hombre dejó el whisky en la mesa, cogió el arma, le quitó el seguro, se incorporó, y se acercó con sigilo a la puerta; con la prudencia y desconfianza que solo se adquieren tras muchos años de duro trabajo en el negocio. Justo antes de llegar a tocar el picaporte alguien golpeó otras tantas veces y, acto seguido, la puerta se abrió de par en par con una fuerza inusitada y un estruendo enorme. Cassano no esperaba semejante muestra de violencia y, al recular hacia atrás de modo instintivo, perdió el equilibrio y fue a dar al suelo con todo su exceso de grasa rebosando bajo los faldones de su camisa blanca, sin tiempo para maldecir. En el umbral estaba la madre de Shawn. Llevaba una bolsa de plástico en cada mano. Chorreaban sangre.

- ¿Esto es suyo? - dijo con una voz gutural, hueca y profunda, al tiempo que vaciaba el contenido de las bolsas a los pies del mafioso. Dos cabezas humanas rebotaron en el suelo. Eran Louis y Mateo. Los chicos habían vuelto.

El Sr. Cassano no dudó ni un instante y le vació el cargador a la señora. Debido a la corta distancia que los separaban todos los proyectiles impactaron de lleno y la mujer no pudo evitar trastabillar un poco hacia atrás con motivo de la potencia con la que recibió los balazos, pero, ante la atónita y horrorizada mirada del agresor, no cayó al suelo. De hecho, se recompuso en seguida, se acercó al hombre, lo alzó del suelo con una sola mano sin apenas esfuerzo, como a un muñeco de trapo, y, con una velocidad y fuerza imposibles para cualquier ser humano, amén de una determinación y resolución espantosas, le reventó el pecho con la que tenía libre, introduciéndola en su cuerpo hasta la muñeca a la altura del esternón.
Cuando le enseñó el corazón, el Sr. Cassano aún estaba vivo. Cuando le hincó el diente, mirándo a Shawn de reojo con las pupilas incendiadas, brillantes, rabiosas, y la boca llena de afiladas agujas que hacían las veces de dientes, el que quiso dejar de estarlo fue el muchacho.

Tiró la gran masa de carne inerte a la otra punta del despacho sin desviar la mirada de su hijo, se puso inmediatamente a su altura, y, con aquella desagradable voz de sexo indefinido, le dijo:

- La próxima vez que me entere que faltas a clase, te haré tragar una cruz tan grande como la que tiene este cerdo, ¿Oiste, Shawnie?. Y luego, te la extirparé con mis propias manos antes de que te provoque una úlcera de estómago.

No hay comentarios: