Blogoteca 20 Minutos

miércoles, 26 de mayo de 2010

Corazón fatigado. Cap. 8. EMBARAZADOS.

- Me apetecen pistachos iraníes, cari.

Domingo, Día del Señor, cuatro de la tarde. Resopón tras la comida. Multicines de A3 en su máximo esplendor. Película prometedora. Siestón del quince en ciernes. Ni un Cristo en la calle; bien por la hora que es, bien por la festividad del día en sí, bien porque están cayendo del cielo 94,2 litros de agua por metro cuadrado; también rayos y centellas.

- De esos que son alargados, Paco, y que cuando los abres son todo de color verde. Pero de los que venden a granel, eh, no de bolsa envasada al vacío, no, yo digo de los que venden al peso, ya sabes. Son un poco más caros pero están buenísimos. Ay, qué ganas tengo.
- ¿No te valen los que compramos ayer en el Mercadona? Te recuerdo que compramos 7 bolsas de esas de 500grs. cada una, osita.
- Es que he abierto una esta mañana y parecen cacahuetes salados. No son auténticos – me respondió haciendo un pucherito.

Cogí las llaves del coche y el tabaco, desestimé su preocupación ante el diluvio universal que amenizaba la tarde y, tras darle un besito de amor en los hociquillos, le dije que volvía enseguida, que por favor procurara no ansiarse que no tardaba nada, que lo primero es lo primero.

Así es el amor. Así es, y yo lo he tuteado. Por eso mismo pinté cinco veces la habitación de la criaturita. Primero amarillo Piolín, luego salmón Barça, azul magenta apastelado, un color así como de chupachups Kojak y, por último (y hasta nuevo aviso) lo hemos dejado en un rosa chicle (el que va dentro del chupachups, precisamente) con unas cenefas blancas. No le faltará de nada a mi niña. Le he instalado una pantalla LCD de 40” frente a la cuna. Una Sony Brava de esas. Para que mi princesa pueda ver sus Teletubis como dios manda. También le he atornillado en uno de los barrotes de la cuna un apéndice para poner el mando a distancia y que lo tenga a mano por si se agobia con tanta carantoña y tanto besito y quiere cambiar de canal. De todos modos, si no tiene ganas de ver la tele, como le he enchufado la PS3 también y le he dejado cerca el joystick, pues eso, que a su bola. Luego le he colgado también unos cuadros en las paredes: uno de Bruce Lee, otro de Spiderman y un tercero de la esponja esa con ojos que tanto les gusta a los chiquillos. Ha quedado fantástica.


- Disculpe, ¿tienen pistachos iranís a granel?.
Ni en el Opencor. Así que, tras unas vueltas a Barcelona, como todo lo demás estaba cerrado, cogí la Ronda de Dalt y tiré para las afueras.

Le he comprado ocho pijamitas del Barça, tres colchas, tres juegos de sábanas (con el escudo en el centro), patucos, baberos, cinco gorritos, tres bañadores, camisetas, calcetines, braguitas, chupetes..., todo con los colores de mi club. Todo menos los pañales, que son blancos (así, si quiere cagarse, que lo haga en otros colores, oye). Unas gorrillas Adidas para cuando haga sol, tres pares de bambas Nike y dos Converse (uno de ellos All Star) y cuatro chandals para que cuando baje al parque se sienta cómoda; también para que tenga variedad.

- Oiga, Jefe – le dije al del Peaje-, ¿pistachos iranís?.
- Perdone, ¿cómo dice?

Luego, para su tiempo libre, le he comprado también un parque de esos donde se meten los chiquillos con sus juguetes y lo he llenado de pelotas de colores de esas que hay en los Chiquiparks. Los chiquillos disfrutan muchísimo con eso. También unos pocos puzzles. De 500 piezas. El de la tienda decía que esto de los puzzles es una cosa progresiva y tal. Que poco a poco los chiquillos van pidiendo más piezas y más dificultad. Ni puto caso. Este tío es corki. Mi niña va a ser más lista que el copón.

Encontré pistachos en Calella, a 40 kms. de Barcelona. Se conoce que allí, ese día, habían celebrado un mercadillo de productos medievales típicos de la zona y bueno, refugiados de la lluvia y la ventisca andaban bajo las arcadas de piedra de la plaza del ayuntamiento los mercaderes, muertos de asco, empapados, y recogiendo ya los tenderetes. Me acerqué a uno, por probar:

- ¿Tiene usted pistachos?
- Sí.
- A granel?
- Sí.
- ¿Iraníes?
- No. De Albacete.
- Bueno, mientras sean verdes, no pasa nada. ¿Son verdes por entero, verdad?.
- ¿Ha tomado drogas, amigo?
- Dios mío, qué alegría (gracias, Vírgen del Carmen, tú que todo lo puedes). Pensaba que solo tendría butifarra blanca y negra, queso y esas cosas.
- La globalización es lo que tiene, caballero.
- Ah, ya, claro. Pues, si me dice que también tiene por ahí un paragüillas me meo toa.
- Son 30 leuros, caballero.
- ¿El paraguas?.
- No, los pistachos. El paraguas son 50.

Para las noches he adquirido un par de walkies último modelo por si la criaturita tiene alguna necesidad. Le he pegado en el suyo, con papel y celo, un pequeño compendio morse para las peticiones más básicas: pipi, caca, hambre, sed, me aburro, estoy agobiada, cógeme, paso de tu cara, este bibe está frío, vámonos de fiesta, etc. Tienen un radio de alcance de 500 metros. Todo controlado. Total, el piso es de 68 m2, pero por si le da por darse una vuelta a la calle un rato. Todo está milimétricamente estudiado.

Cuando volví a casa (6 horas después) hacía ya rato que la peli de Multicines de A3 había acabado. Parecía la niña esa que sale del pozo en la peli de miedo china-japonesa. No por lo fea, sino porque iba dejando rastro de agua en el parquet a cada paso que daba (además, que yo visto mucho mejor). Mariajo seguía tumbada en el sofá, rodeada ahora por envoltorios vacíos de frutos secos marca blanca que reconocí al instante.

- Cari, mientras venías le he echado mano a los que compramos ayer. Para ir quitando la gusa y eso. ¿Los has encontrado?.

Se había comido las 7 bolsas de pistachos salados que, según ella, no eran auténticos. 7 bolsas de 500 grs cada una. Millones de cáscaras rebosaban en una olla para potajes.

- Sí. Los he encontrado, osita. Para ti. Tuyos son, míos no, como mi corazón.
- Ay, Paco, que si acaso luego me los como también, ahora lo que tengo es mucha sed. Pero mucha, mucha, mucha sed. Qué seca tengo la boca, caramelito. Me apetece Schweppes de Sandía con hielo. Me bebería cuatro litros.
- ¿Y no puede ser de limón o de naranja? – le dije pensando en la tienda de los chinos.
- No. De sandía. Mmmmmh, qué rica.

Me sequé así por encima de la ropa con una toalla y cogí de nuevo las llaves del coche. Feliz, entusiasmado. Mi niña iba a ser preciosa. Ya lo dice el filosofero popular español: de padres feos, hijos bellos.

TO BE CONTINUED.

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