Blogoteca 20 Minutos

viernes, 5 de febrero de 2010

Hazañas Bélicas.

- Chumoski, no llegues tarde.

- A qué hora?
- A las 15:00h. en casa de mi padre. No os paseis con el tapeo que luego hay que comer, eh. Y no bebas mucho.
- No hay problema. Un besito.
- Esas manos, Chumi, que nos pueden ver.

Serían las 11 de la mañana aproximadamente y había quedado con mi cuñado Miguelón, también invitado (gracias a Dios) a la comida familiar dominguera, en el centro del pueblo. Un tipo fantástico, siempre de buen humor, con el que congeniaba de pies a cabeza. Ambos, a su vez, lo hacíamos a las mil maravillas con la cerveza; así pues, la jornada se prometía provechosa.

38 grados. Mucha sed. Buenrrolismo campante. 4.567 bares con generosas y suculentas tapas (no en vano, dicho pueblo es conocido en Andalucía por las enormes y gratuitas tapas) a nuestra disposición, aire acondicionado y, un año después desde la última vez, pues lógicamente mucho de qué hablar y reir. El tiempo fue pasando. "Niña, ponte dos de lomo". "Niña, ponte dos de morcilla". "Niño, dos costaleros". "Jefe, que sean dos de champiñones". En fín..., chocos, gambas, salchichas, queso viejo en aceite... Todo debidamente regado con escarchada cerveza recién tirada de fríos barriles.

Cuando te quieres dar cuenta:
- Chumoski, faltan 10 minutos para las 15:00h.
- Ya la hemos liado.

Era el primer Verano que bajaba al pueblo de mi novia y a las casi 15:00h. de un Domingo 10 de Agosto de aquel año se sufrían en la calle 43 grados en la sombra de un olivo. Las calles desiertas, el aire incendiado en la cara cuando sales del bar, la calima a ras de asfalto y el tan manido tópico de las lagartijas con cantinplora por la acera hecho realidad. Aquel día, además de cantinplora, por lo visto también llevaban botas (al menos con la que me crucé).

- Estupendas botas, señora. ¿Me podría decir a qué hora pasa el autobús que va para el Barrio de San Jacinto?
- Son Timberland. 180 leuros en el Corte Inglés, pero las he conseguido por 60. De estraperlo. ¿Me das un cigarro, por favor?
- Faltaría más - coño, qué apañada, oye.
Le ofrecí fuego también y nos recomendó que nos fuéramos por la sombra, no sin advertirnos antes de que no era "señora" sino "señor".

- Miguelón, ¿a qué hora ha dicho que pasa el autobús?
- No lo ha dicho, Chumoski.
- Vale, nen.

Cogimos un taxi. Llegamos a las 15:10h. Mi suegro nos abrió la puerta y nos saludo con un gruñido. La mesa estaba puesta y mi novia, más que con el ceño fruncido me miraba con los ojos de Leatherface cuando se le escapa una víctima. Su mirada hablaba. Decía algo así como "anda que cómo venimos, cómo venimos, cómo venimos... haz el favor de lavarte las manos y sentarte en la mesa pero ya, que luego hablaremos". En la mesa ya estaban sentados el resto de familiares, entre ellos, cómo no, sereno (SUPERSOBRIO!!!!) y ocurrente para lo que haga falta, el que te dije, el especialista en caer en gracia (que no gracioso; ni es lo mismo ni es igual, ojo), el yerno favorito, el sensato, el que se viste por los pies, trabajador, responsable, comprometido, buena gente, caballero, educado....

A mí todavía no me ha perdonado que NO esté casado con su hija. Y sobre todo, que desde entonces aún sigamos sin estarlo.

- Buenas tardes, buenas tardes... - saludé tomando asiento entre mi novia y mi suegro. Miguelón ya se estaba riendo desde la otra esquina de la mesa. Por lo bajini, pero riéndose.
- Anda que cómo nos hemos puesto, eh!! - el que te dije. Alto y claro. Por si hay algún despistado en la mesa. Apuntillando.
- No, no, qué va. Han sido dos o tres cervecillas - dos o tres docenas, pensé.

Yo no tenía hambre alguna. Es más, es que mi cuerpo ya no aceptaba ningún tipo de ingesta; ni siquiera con una cañita. Estaba cebao, cebao, cebao. Hasta el ojete. Rebosaba saciedad por todos los poros. Mi suegra, apocada y poco habladora cuando mi suegro está delante (como mandan los cánones establecidos; establecidos allí, claro) entró en el comedor con una gran olla humeante. Mi novia no me quitaba ojo. Y mi suegro ya estaba recortando el cartón del Cumbre de Gredos para beberlo estilo bota de vino.

- Bebes vino? - me preguntó después de servirle al pelota.
Tú verás. Primera comida en casa de mis suegros. Llego encima 10 minutos tarde. Con una jumera del quince. Y encima el resabiado pelota ese engominado también bebe vino. Pues qué quieres que te diga..., bebo vino del todo a cién, bebo agua de un charco y líquido para frenos, lo que haga falta.
- Gracias, Sr. Ramiro.
- Los hombres beben vino.
- Por supuesto - beben vino y mean Varon Dandy. Está claro.

Me caían gotas de sudor. Por entonces mi suegro aún no había comprado el aire acondicionado. Aquello era un horno. Un Ático a los cuatro vientos. Solano lo mires por donde lo mires. No había escapatoria.

- En la mili sí que hacía calor.
- Ah, sí...?
- En el Sáhara. En la legión. Tres años. Eso sí que era mili y no las tonterías que hacen ahora.
- Diga usted que sí, Sr. Ramiro.

Una olla enorme. En medio de la mesa. Humeante. ¿Humea la ensaladilla rusa?. Cuando la destapó del todo la humarada llegó al techo y el comedor se convirtió en una sauna.
- Nena, qué es? - le pregunté flojito a mi novia, entre dientes.
- Habichuelas.

A Miguelón le caían las lágrimas desde la otra punta de la mesa. Le caían de la risa y ahora sí, le era difícil disimular. Mi suegro bramó:
- Qué pasa, Miguel?. Por qué lloras?
- De alegría y felicidad, Ramiro. No se preocupe usted.

10 de Agosto. Provincia de Jaén. Tres de la tarde. 43 grados a la sombra de un olivo. Disco Inferno. TOMA MARMITA DE HABICHUELAS.
Mi novia, que sabía de qué iba el percal cuando nos vio entrar (como ya he dicho), dejó de lado un poco la inquietud, adoptó finalmente una clara postura comprensiva y quiso servirme (para dosificar la cantidad). Pero entonces algo ocurrió. El cuñado pelota se había llenado el plato hasta los bordes. Un plato hondo. Un plato sin fondo. Y a mi derecha, el plato de mi suegro era el plato de habichuelas que nunca se acaba de David Copperfield. Así que antes de que mi novia se hiciera cargo de mi plato, y ante su sorpresa (incluso la mía), me escuché diciendo:
- Eche más, Sra. Antonia, eche más. Sin miedo.
- Claro que sí, hijo mío, que estás mu seco.
Mi novia me miró asustada. Tragaba saliva. Mi suegro gruñó:
- Te gustan las habichuelas?
- Sí, señor. Y si están bien calentitas, mejor.

Me comí, bajo la atenta mirada de reojo de mi suegro, un plato (por no decir balde) y medio de habichuelas. Tantas como las suyas y, por supuesto, más cantidad que la servida al cuñado papafritas. Medio litro de Cumbres de Gredos a temperatura ambiente (se acabó el fresquito). Y casi una barra de pan.

- Prueba el chorizo, hijo, que está muy bueno. Y coge morcilla, a ver si te gusta. Y ahí tienes boquerones en vinagre si quieres, también - mi suegra, siempre tan atenta la mujer.

Luego el melón. Se coge un cuchillo y se divide exactamente en las partes que hay que servir. El melón entero. Es decir: cuántos quieren melón? Cuatro? Toma melón de 7 kilos dividido en cuatro partes. Y funcionando. The Twilight Zone.

Sirvió de algo? Bueno, depende del punto de vista de cada uno.
Estuve una semana (entera) a base de agua y poco más. Para no deshidratarme, básicamente. Pero mi honor quedó intacto. Nunca le caí bien a mi suegro, ni le caeré. Pero seguí sin casarme. Y seguiré (aunque algo me voy replanteando, ojo). Sea como sea, aquel día estuve a la altura de los más "machos". Satisfacción personal, oiga.

Han tenido que pasar 15 años para volver a comer habichuelas (por aquello de la variedad en la dieta y tal).
Y ojo...: del LITORAL.



FÍN.

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