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lunes, 10 de mayo de 2010

Corazón fatigado. Cap. 4. VINO Y ROSAS.

Los vecinos, inicialmente, pensaban que me había tocado una Primitiva o que me habrían seleccionado para ir de público al "Sálvame de Luxe". La Rosario sabía en realidad cual era el motivo. Se alegró mucho por mí.

- Chumoski, no sabes cuánto me alegro por tí. De verdad.
- Gracias Rosario. Y tú sabes que siempre me tienes ahí para lo que quieras, eh.
- ¿Para todo? – me dijo con una mueca de pesambre.
- Mujer, para todo para todo, ahora va a ser que no, porque tú sabes que soy hombre fiel que se viste por los pieses.

Eran los días más felices de mi vida. Mariajo trabajaba en el Carreful y tenía a cargo en el almacén a un grupo de negros del Mozandique. Todos la querían mucho porque era muy buena trabajadora y muy cariñosa. Aceptó venirse a vivir conmigo y convirtió mi vida en un paraiso permanente. Me hacía huevos con beicon los Sábados por la mañana y callos con garbanzos los Domingos, ensaladilla rusa sin judías verdes y, encima, como yo, era una apasionada del gazpacho (100% natural y con tropezones y picatostes) y de la crema catalana; también de las papas fritas con all i oli. Vírgen del Cármen, ¿acaso merezco tanta suerte?. Yo por mi parte jamás dejé unos gallumbos o unos calcetines usados abandonados en algún rincón de la casa, y es que les enseñé el camino hacia la lavadora (fui muy estricto en este punto y no acepté “caritas”). Si ya de por sí siempre me he apañado muy bien solito, ahora, entre los dos todo era mucho más fácil. Más fácil y más placentero, pues nunca faltaban los tocamientos. Nos amábamos a todas horas. Allá dónde nos encontráramos, como nos diera el apretón, ya se liaba el asunto; en los probadores del Corte Inglés, en los lavabos de un Bar, en la última fila del cine, en los asientos de atrás del autobús, en el rellano de la escalera, en la sección de frutería del Condis, en fín, cosas de enamorados. Qué maravilla de hembra. Recuerdo en una ocasión que la chiquilla puso tanto empeño que al día siguiente me dolian las rodillas; rechinaban como cuando los cojinetes se quedan sin aceite. Me dijo el especialista de los huesos que comiera mucha pasta y muchos hidratos de carbono. Y es que la Mariajo era tremenda. Además, como siempre iba sin bragas (que esa es otra) y yo siempre estaba dispuesto pues nos entendíamos muy bien. Nunca se las ponía porque decía que le molestaban y que le gustaba ir con el negocio suelto. Al final le copié la idea, pero por pocos días porque cuando me rozaba con los tejanos en seguida se me ponía morcillona y se notaba mucho. Estábamos hechos el uno para el otro menos en lo de la ropa interior, por lo visto, pero a mí me daba igual. Mi amor hacia ella era puro y sincero y cada vez que veía ese potorrín mohicano el mundo como tal desaparecía a mi alrededor. Era como una escena de esas de película en las que los efectos especiales te cambian el decorado en tiempo real, vale. La cubría a todas horas. Siempre que teníamos ocasión. Mañana, tarde, noche, bodas, bautizos y comuniones. Mi voluntad estaba a su merced. Mi vida entera. De sus ojos, de sus caderas, de sus migas con torreznos, de su raja de canela.

Le regalé flores por Primavera. Le compré el DVD original de "Pasión de Gavilanes" por su cumpleaños. La llevé a la playa de Badalona. A comernos un arrocito a Castellón (que tuvimos que parar en el camino, en el párking de un área de servicio, porque las necesidades sexuales del cuerpo humano son así; además que mejor eso que no estrellarnos y que con el golpe me pegue un mordisco mal dado y me quede con una salchichita de esas de canapé). Fuimos al Tibidabo. Qué gracioso el hotel ese del terror. Nos apartamos del pasillo y de la gente (que estaba toda acojonada) y, aprovechando la coyuntura, quisimos arrejuntar los aparatos. La niña del exorcista que se queda con la copla y que dice que se apunta. Pero vamos a ver, dónde vas con esa cara y esas trazas. Que no, que es maquillaje. Anda, va, tira a asustar a la gente que me vas a quitar el calentón, haz el favor. Que no, que no, que tengo 10 minutos, que me apunto. Que tires, coño, que haces cara de gastroenteritis. Menuda risera, sabes. Y la cosa es que tampoco vi que la Mariajo hiciera ascos, eh. Si es que ya te digo yo que era una fenómena. No podía considerarme más dichoso. Era imposible. Era como el gol de Koeman en Wembley pero multiplicado por el tipo de interés fijo del Banco Santander.

Un día fuimos a comprar al Eroski.
Estaba yo barruntando qué envasado de chorizo echar a la cesta, si el imperial de Revilla o uno picante de pueblo, sin marca. Estaba a punto de decidirme por este último, porque el de Revilla tenía demasiados pegotes de grasa y el otro más carne, cuando me dijo, sin más:

- Cari, hace dos semanas que tendría que haberme bajado el tomate.

Me giré con los dos envasados al vacío de chorizo, uno en cada mano, y le contesté, absorto en mis pensamientos gastronómicos:

- ¿Tomate? Cual tomate, ¿Orlando o Apis?

TO BE CONTINUED.

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